Rodríguez Zapatero, presidente del Gobierno de España e impulsor de un proceso de negociación con la banda terrorista ETA, ha empleado por tercera vez la palabra accidente para referirse a lo que el común de los españoles nombra como atentado (vídeo).
Muchos han querido ver intención en lo que él mismo ha reconocido como un lapsus. Lo verdaderamente aterrador es que muy probablemente dice la verdad, que su reincidencia es sencillamente fruto de su condición de charlatán: habla mucho y sin sustancia. Es víctima de esa suerte de juego en el que mete la mano en la bolsa de las palabras y saca, esta vez, un papelito en el que pone trágico e inmediatamente le viene a la mente, quién sabe si también por similar sonoridad, la Dirección General de Tráfico, los muertos de Semana Santa y el campo semántico donde emerge con naturalidad la palabra accidente. Al fin y al cabo, trágico accidente es un sintagma mucho más frecuente que trágico atentando. Los periódicos españoles tienen páginas de sucesos y, por fortuna, no de atentados.
Y a pesar del relativo revuelo por el lapsus con el sustantivo, donde verdaderamente se hace transparente la vaciedad del discurso es en el epíteto con el que Rodríguez caracteriza su impresión del atentado. Trágico se aplica con propiedad o bien a la relación de algo con el género dramático de la tragedia o a algo desgraciado, infeliz o que perturba, inquieta, altera, o mueve a ternura. Podemos descartar por improbable la primera posibilidad, esto es, que encuentre elementos propios de la tragedia griega en que unos asesinos oculten bombas para matar a personas indefensas. Al fin y al cabo nada de lo sucedido es ficción y se comprueba fácilmente que cuando Edipo y compañía matan, lo suelen hacer solos, de uno en uno, para vengar afrentas anteriores y a cara descubierta. Y suelen acabar mal, por cierto. Dirán algunos, con razón, que sí existen rasgos propios de la tragedia en la inexorabilidad del drama que acecha a las víctimas y que a él se aproximan sin saberlo. No lo niego, pero que un presidente subraye la inexorabilidad de la muerte violenta de sus conciudadanos es un reconocimiento demasiado explícito de su incapacidad, como para suponer que era este y no otro su propósito.
Seguimos. Si el presidente considera el atentado desgraciado o infeliz, es porque lo atribuye a una suerte adversa y no es el caso porque recordemos que no le parece un accidente. Cabría deducir por eliminación que al presidente Rodríguez le perturba, inquieta, altera, o en el mejor de los casos, le mueve a ternura un atentado perpetrado con más de media tonelada de explosivos por una de las pocas bandas terroristas activas que quedan en Europa, en el mayor aeropuerto de España, un lugar de especial relevancia habida cuenta de que se trata del segundo país del mundo por el que pasan más turistas y que provoca el derrumbamiento parcial de una terminal.
Pues hasta esto niego. Estoy convencido que no es así, que él querría en realidad expresar que está hondamente conmocionado, que sufre, que siente como propio el dolor de los familiares y que se siente también responsable en la medida en que lo es del funcionamiento de las fuerzas de seguridad y de velar por algo tan elemental como el derecho a la vida. Y a pesar de todo, aflora en este momento su condición de político profesional y recurre una vez más a expresiones vacías, a la retórica de baratillo de lo políticamente correcto, a las firmes condenas por exigencias del guion, amig@s estudiantas y periodistos. Vencido por la inercia, llena el silencio con palabras sacadas al azar de la bolsa, cuya cadencia remachará con ese gesto con la mano, torpe imitación del de Felipe González. Y blasfema: trágico accidente. No hay remedio.
¿Tanta semántica para qué? La vacuidad del discurso de Rodríguez Zapatero plantea seria dudas sobre su claridad de ideas e incluso su capacidad para afrontar cuanto acomete. Para muestra, es difícil atribuir capacidad de negociación con una banda de terroristas que ha asesinado a 831 en el último medio siglo a quien no es capaz de negociar una manifestación conjunta de condena con otros partidos. A toro pasado, es fácil hacer leña de quien asegura en portada de El País, el periódico de mayor tirada en España, que la negociación con ETA va bien, pocas horas antes de que se desplome una terminal de aeropuerto sobre Carlos Alonso Palate y Diego Armando Estacio. Pero, el empecinamiento de muchos hace necesario subrayar la pura obviedad. Triste remedo de Pandora, la esperanza ha quedado una vez más en el fondo de la bolsa.
Posiblemente lo verderamente trágico fuera que, para muchos, el día 14 de marzo de 2004, la única alternativa fuera Rodríguez Zapatero. Especialmente para los muchos que veían imperativo que el gobierno de Aznar pagara electoralmente su desprecio por cuantos rechazaban la participación de España en la invasión de Irak y el burdo intento de manipulación tras el atentado del 11 de marzo en Madrid (otros también manipularon, sí, pero no eran gobierno de la nación). Y que Rodríguez Zapatero no haya querido nunca entender que lo habían escogido simplemente por ser "el otro". Lo peor es que para la próxima no se vislumbran alternativas a las alternativas.
Addendum a 17 de Enero: En la sección El Defensor del Presidente de El Pais dicen que no se vale, señorita. No me cabe la menor duda de lo que mucho que ya se arrepiente el autor del editorial.
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