sábado, febrero 23, 2008

De lo real y sus descripciones

El Ministerio de la Verdad (Miniver en neolengua) era asombrosamente diferente de cualquier otro objeto que estuviera a la vista. Era una enorme estructura piramidal de reluciente hormigón blanco que se proyectaba, terraza tras terraza, hasta una altura de trescientos metros. Desde la posición que Winston ocupaba, se alcanzaban a leer las tres consignas del Partido, destacadas con elegante caligrafía sobre la blanca fachada:

LA GUERRA ES PAZ
LA LIBERTAD ES ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES FUERZA

Se decía que el Ministerio de la Verdad albergaba tres mil salas sobre el nivel del suelo y sus correspondientes ramificaciones en los sótanos. Diseminados por Londres había otros tres edificios de aspecto y tamaño similares. La arquitectura circundante quedaba tan empequeñecida que, desde el tejado de las Casas de la Victoria, podían verse los cuatro edificios al mismo tiempo. Eran las sedes de los cuatro ministerios que formaban el aparato de Gobierno: el Ministerio de la Verdad, que se encargaba de las noticias, de los festejos, la educación y el arte; el Ministerio de la Paz, que se ocupaba de la guerra; el Ministerio del Amor, que mantenía la ley y el orden; y el Ministerio de la Opulencia, responsable de los asuntos económicos.

o

El Partido dijo que Oceanía nunca había sido aliada de Eurasia. Él, Winston Smith, sabía que Oceanía había estado aliada con Eurasia cuatro años antes. Pero, ¿dónde constaba ese conocimiento? Sólo en su propia conciencia, la cual, en todo caso, iba a ser aniquilada muy pronto. Y si todos los demás aceptaban la mentira que impuso el Partido, si todos los testimonios decían lo mismo, entonces la mentira pasaba a la Historia y se convertía en verdad. «El que controla el pasado –decía el slogan del Partido–, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado.» Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban «control de la realidad». Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar.

1984. George Orwell.

o esto también, por qué no. Al fin y al cabo, lo de las torres gemelas también lo había delantado la ficción.

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